Buscando a Fernando Pessoa

¿Dónde estás, Pessoa, dónde estás? Busco tu sombra por las calles de la ciudad amada pero sólo encuentro un coro de máscaras que llevan tu nombre. En la caricia dulce de la primavera, cuando Lisboa es todavía una sirena que se despereza en el temblor de la mañana a lo largo de la Baixa hasta el mar, recuerdo tus palabras: La vida no importa nada, lo que importa es la obra y emprendo la ruta de tus pasos desde A Brasileira y el Royal hasta Montanha, el Martinho y el Leào. Por fin encuentro una máscara pensativa y ensimismada que me lleva desde este balcón donde acudes al trabajo, que es un vigía en las calles tantas veces entrevistas en el ir y venir cotidiano, como una brisa fresca y salina hasta tus palabras. Es la de Bernardo Soares y con él se me aísla el espíritu de la mitad de la materia. Investigo con la imaginación. La gente que pasa por la calle es siempre la misma que ha pasado hace poco, es siempre el aspecto fluctuante de alguien, manchas sin movimiento , voces de incertidumbre, cosas que pasan y no llegan a suceder…

Es un suspiro virgiliano y hondo que surge de ese amor interior, de ese latido que te empuja a sentir la ciudad como un todo inalcanzable y a la vez desgajado en ese desasosiego que te causa cuando identificas a sus gentes y sus tareas, sus muros llenos de historia y sus músicas llenas de saudade. El filósofo despierta y desciende del sueño hasta posarse como un ave cantora en la realidad y no oculta su emoción ante el esplendor y la miseria que ve, que contempla a su alrededor. Y surge otra máscara, es ya Alberto Caeiro, el poeta de la fugacidad, de la intrascendencia que se detiene en esa niña que come chocolate a la puerta de un estanco, ese limpiabotas que agacha su espalda y vive con la mirada entre los adoquines o ese Jesús compañero al que obligan a ser Dios. Lo importante es lo instantáneo, la primera mirada más que el conocimiento de las cosas, abrirnos cada momento a ese conjunto de actos que consumen la realidad antes construida.

Ahora vienes a mí como un pastor, como ese guardador de rebaños que mira toda la paz de la Naturaleza pero permanece triste, aunque su tristeza nace del sosiego porque es noble y justa y es lo que debe haber en el alma cuando piensa que ya existe y las manos cogen flores sin que se de por enterada. Y al poeta se le muestra, se le revela un Dios panteísta que nunca llama a su puerta como tal sino que se manifiesta como sol y luna, árboles, flores, montes y lluvia pero al reconocerlo en ellos no es necesario llamarle Dios sino tan sólo vivir espontáneamente y andar con él a través de la contemplación de los fenómenos sencillos de lo que llamamos Naturaleza. Y tú como yo también me siento, eres una parte de ese todo que apenas tiene conciencia de serlo, una mirada fugaz que se cerrará un día y nada dejará, como el vuelo del ave que no deja huella.

Pessoa o la MultiplicidadY recuerdo aquel primer día que empecé a buscarte de la mano de mi amigo el poeta manchego Ángel Crespo. Era una tarde otoñal. La lluvia dejaba su huella frágil y huidiza sobre el cristal de las ventanas del café. Ängel fumaba su pipa y aventaba su mirada hacia el bulevar donde las figuras que pasaban eran apenas impresiones fugaces que desaparecían en un breve instante. Él acababa de llegar de Puerto Rico, de Mayagüez y en sus ojos brillaba esa luminosa presencia del Caribe. Me habó de tí. Acababa de traducir al español tu Libro del Desasosiego y cuando yo le manifesté mi curiosidad y mi deseo por leerlo cuanto antes, me dijo: Ten cuidado. Una vez que comiences a leer a Pessoa no dejarás nunca de hacerlo y nunca lo conocerás del todo porque estará no sólo en él y en sus heterónimos sino también en ti. Y era cierto. Todavía te busco como me busco a mí sin acertar del todo a encontrarnos.

Y Caeiro me señala la ruta de las viejas librerías llenas de estantes repletos de libros donde respira el corazón de los poetas. Allí donde reposa Orpheu, la revista que alumbraste como faro de la modernidad con Mario Sá-Carneiro, Almada, Luis de Montalvor.

ORPHEU

Como se ser real fósse dormir / e existir umha noite, a natureza / estremecen de o ouvrir / tocada por un sol viudo a florir / de abysmo sa belleza / ondas e ondas de astraes realidades / lusonhados posivéis murmurando / rompen de todas as realidades / e num horror de apocalypse / desconhecidas almas revelando, abrindo?

Es el lugar perfecto para mi encuentro con otra máscara cuya descripción me brindas tú mismo. Álvaro de Campos es un tipo más alto que tú, delgado, entre pálido y moreno, cara afeitada, tipo vagamente de judío portugués, cabello liso y peinado a un lado, monóculo..que estudió ingeniería naval en Glasgow pero vive sin trabajar en Lisboa. Campos, al revés que Caeiro, procura sentir todo de todas las maneras, sea por la fuerza explosiva de la civilización industrial y su mecánica, sea por el deseo de partir. Este urbanita me llena de frases torrenciales, me sorprende con un discurso futurista intenso y a veces violento en el que expresa el desencanto del hombre de ls ciudad. No soy nada./ Nunca seré nada./ No puedo querer ser nada./ Aparte de eso, tengo en mí todos los sueños del mundo. Esta máscara tuya que opina que todas las cartas de amor son ridículas fue la que escogiste para escribirle a Ophelia Queiroz aquella tan cruel para dar fin a vuestra relación: Toda mi vida gira en torno a mi obra literaria, buena o mala, lo que sea, lo que pueda ser. Todos..tienen que convencerse de que soy así, de que exigirme sentimientos -muy dignos, dicho sea de paso- de un hombre común y corriente, es como exigirme que sea rubio y con los ojos azules.

En mi paseo por la Baixa llego a la plaza de Figueira, una de tantas plazas de la ciudad que tú gustabas de habitar en la tranquilidad y el silencio de las tardes lisboetas. Nada queda hoy de aquel bullicio y trajín diario del mercado en el que encontrabas el placer de reconocer a vendedores y matronas. Ahora, en uno de los bancos de un extremo de la plaza, mirando la estatua de don Juan I que la preside desde hace más treinta años, encuentro a Ricardo Reis, esa máscara que tanto me aproxima a tu desnudez. Es de Oporto, médico, latinista, fracasado y nihilista. Me saluda y sonríe con cierto hieratismo en su rostro moreno y un gesto clásico de inclinación de su cabeza. Es conservador, monárquico y según tú, te sobrepasa en inteligencia y capacidad aunque no te agrade su excesivo formalismo y su disciplina poética en la medida y el ritmo heredada de los clásicos latinos. Pagano y adepto al sensacionalismo de Caeiro, lo convierte en un epicureísmo triste. Sin dejar de mirar la estatua ecuestre del rey Juan «el de buena memoria» que iniciase en el siglo XV las expansión portuguesa por el mundo, me confía: Debe haber, en el más pequeño poema de un poeta, cualquier cosa por donde se note que existió Homero.

Homero, Grecia, el mediterráneo, estaba en él y en tí, un poeta de mirada atlántica que se proyecta hacia el cosmos. Debías desviar tu mirada de raíces también anglófilas para mirar a España. Y lo hacías con cierta lejanía en tus cartas a Unamuno, con quién no comulgaste mucho. Prefiero escribir en inglés al castellano pues me procura un público más amplio, dijiste. Proclamaste que si nuestras fronteras separan también unen y si dos naciones vecinas lo son por separado, pueden moralmente ser una por ser vecinos. Era una Iberia unida por una alianza cultural en la que cabrían varias lenguas y culturas. La lengua no es un problema, porque si a un catalán le gusta escribir en castellano lo hará como lo hace ahora.

Mejor te llevaste con el sevillano falangista y orondo Adriano del Valle, fingidor como tú, ultraísta con el que intercambiaste escritos y poemas en su revista Grecia, así como con Rogelio Buendía, ambos de ese grupo de poetas andaluces modernistas que tanto se aproximaron a los poetas portugueses de vanguardia. Y brevemente te relacionaste con Ramón Gómez de la Serna, que te cita en Pombo de una forma discreta.

Ha caído la noche. Un rumor de fado nostálgico y de soledad contenida se alza hacia la parte alta de la ciudad. Desde el castillo, Lisboa se nos muestra en calma, tendida hacia el mar. Te busco entre las callejas de Alfama y en los rincones del Chiado pero a cada trecho me asaltan nuevas y semidesconocidas máscaras. Alexander Search de tu niñez, Vicente Guedes, Antonio Mora, Chevalier de Pas, Barón de Teive, Robert Anon,Crosse, Baldaya, Boelho, Pacheco, Summan, Erasmus, Dave, Quaresma -el escritor de novelas policíacas-, Seul de Meleuret y un centenar más que me llevan hacia tí para luego desaparecer. Ahora sé que nunca se completará mi busca. Recuerdo de nuevo tus palabras: Mi alma es una orquesta oculta. No sé que instrumentos tañe: cuerdas, arpa, timbales o tambores dentro de mí. Sólo me conozco como sinfonía.

El poeta es un fingidor que finge constantemente,
que hasta finge que es dolor el dolor que en verdad siente.
Y en el dolor que han leído, a leer sus lectores vienen,
no los dos que él ha tenido, sino sólo el que no tiene.
Y así en la vida se mete, distrayendo a la razón,
y gira, el tren de juguete, que se llama el corazón.

Y esa sinfonía sigue viva, tocando hoy sin descanso. Como en esta frase que un siglo después sigue de total actualidad cuando dice: En la vida de hoy, el mundo sólo pertenece a los estúpidos, a los insensibles y a los agitados. El derecho a vivir y a triunfar se conquista hoy con los mismos procedimientos con que se conquista el internamiento en un manicomio: la incapacidad de pensar, la amoralidad y la hiperexcitación.